Por monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián
Esta cruz que tenéis ante vosotros, lleva más de 26 años de peregrinación... La mayoría de vosotros sois más jóvenes, y no habéis conocido personalmente muchas páginas de la historia de las que esta cruz ha sido testigo. Voy a empezar por aquí... Será bueno que nos enriquezcamos compartiendo nuestras experiencias.
Cuando yo tenía vuestra edad, el marxismo se presentaba ante la juventud como la ideología del futuro. Se nos decía que era el pensamiento científico que ponía las bases de un mundo justo.
Un punto de partida incuestionable del marxismo era que "la religión es el opio del pueblo". Era necesario arrancar la fe religiosa del corazón del hombre, para que el mundo pudiese progresar.
Más tarde, cuando Juan Pablo II fue hecho Papa y cuando cayó el Muro de Berlín, supimos que en Polonia se había intentado construir una ciudad sin Dios (Nowa Huta), contra la voluntad de los obreros, en la que se prohibía la construcción de Iglesias. Quería ser el símbolo de una sociedad sin Dios y sin tradiciones religiosas. Pero los obreros se revelaron, llegando a celebrar la Noche de Navidad una Misa, en torno a su obispo, Karol Wojtyla... ante la amenaza de la policía comunista que exigía la disolución de aquellos revolucionarios de la Cruz... Como no tenían Iglesia donde refugiarse, levantaron una gran cruz en una explanada de los exteriores de la ciudad...
Queridos jóvenes, el Muro de Berlín se desmoronó, ante la sorpresa del mundo, como fruta podrida... Esta cruz fue testigo del derrumbamiento de la ideología marxista, y después que había pasado cuasi furtivamente al otro lado del telón de acero, terminó por cruzar la misma puerta de Brandeburgo...
La experiencia de la vida, a la luz del Evangelio, nos ha enseñado que no era verdad que la religión fuese el opio del pueblo. El opio del pueblo es otro: El opio del pueblo es el materialismo. El materialismo es una droga que crea una adicción tan grande, que nos impide ser libres, e incluso, que nos impide conocer a Dios y hasta conocernos a nosotros mismos. Y, que nos quede claro, el materialismo estaba a los dos lados del telón de acero, en oriente y en occidente, en el marxismo y en el capitalismo.
La verdadera droga que nos impide ser libres y maduros es ésta: el materialismo. Lo comprobamos día a día: la tentación del dinero, el consumismo, la tiranía de la moda, las envidias y las codicias, la utilización de los demás para nuestro provecho...
Pero el materialismo esconde una gran mentira: el hombre no es feliz con la mera satisfacción material de sus necesidades. Lo vemos diariamente: Hay gente tan pobre, tan pobre, que sólo tiene dinero. ¡Cuando tenemos un corazón materialista, rápidamente aflora en nosotros la amargura y terminamos condenados a la infelicidad!
Y, por el contrario, los pobres del mundo suelen darnos una auténtica lección de esperanza... ¡A cuántos misioneros les he oído contar la emoción que les produce comprobar que a los pobres del Tercer Mundo, no se les borra la sonrisa de los labios!
Por ello, esta Cruz es un signo de santa rebeldía y de insumisión frente al materialismo. Jesús nos dijo: "no solo de pan vive el hombre"... "¿de qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu vida?"....
Esta Cruz es el signo de la verdadera revolución, la que no fue capaz de hacer el marxismo, porque se asentaba en unas bases falsas; la que este mundo capitalista y materialista necesita urgentemente. La Cruz es la imagen de la revolución del amor; pero no de un amor romántico (en el que terminamos utilizando al prójimo para buscarnos a nosotros mismos), sino de un amor crucificado, a imagen del de Cristo. "Nadie tiene amor más grande que el que entrega su vida por sus amigos". He aquí el mensaje de la Cruz: Jesucristo ha entregado su vida por amor a nosotros, y nosotros estamos llamados a entregar nuestra vida por los demás.
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