Surge una luz en la sombra, en la triste amargura del caos, en la peana relativista de la nada, donde se asienta la inmensa escuela de la máscara, la imagen y la parafernalia. Aparece una estrella luminosa en un cielo ceniciento y férreo para abrir la escalera hacia la vida. Una esperanza verdadera, que se palpa, para los que sufren, para los postrados, para los solos, para los pobres de espíritu, para los débiles, para cada uno.
Porque ha llegado el pneuma y nos ha arrastrado hacia aquellos que esperan escondidos en la negrura, para pregonarles: “Esta luz que se acerca es para ti, para mí, nos trae la alegría de una Buena Nueva: el Reino de Dios ha llegado ya”.
¿Qué ansiamos para este nuevo año? ¿Un trabajo mejor? ¿Cambiar de casa? ¿Tal vez que se cure esa enfermedad que nos mata? ¿Que aprueben nuestro hijos el curso? ¿Que mi marido o mi mujer cambie? ¿Que se acabe la crisis? ¿Que seamos felices y comamos perdices? ¿Que ese hijo que nos hace sufrir siente la cabeza, para que no nos haga sufrir? ¿Que encuentre trabajo...? Y por supuesto: que nos toque un pellizquito en la lotería.
¡Ruines y mezquinos...! Si es esta nuestra esperanza, ¡qué oscuridad habrá en nuestros ojos! ¿Este es nuestro tesoro? Tiene orín y herrumbre y la polilla agujerea los afanes; y tal vez toda una lucha de conquista para que el ladrón, cuando menos lo esperamos, aparezca en la noche y nos despoje del botín. Por eso, ¿qué lumbre hay en nuestro candil? ¿Cómo iluminar el espacio donde nos movemos, si nuestra sabiduría y discernimiento son estéril apariencia? ¿Se nos caerá el cabello cavando un foso, donde solo existía la nada...?
Al final duele la frustración de no haber orientado la mirada. ¡Pasó ante nosotros tantas veces...! Y despreciamos la humildad y el Pésaj -pasar perdonando-, dejándonos seducir, arrastrar, cautivar por la nueva luz –Dios provee- pues amanece una nueva estrella. Y otro año vuelve Jesús a querer entrar en nuestra casa, llama a la puerta. “¡Zaqueo! baja ya de la higuera, pues conviene que me quede en tu casa”. ¡Estamos en la higuera...! Es a nosotros a quien nos conviene. Pero, ¡cómo está la casa! Sí, es una pocilga..., un corazón con más capas que una cebolla, y cuantas más capas quitas, más podredumbre asoma. Pero amanece la estrella de la mañana y llama con su luz a nuestra umbría rutina, a nuestros vanos anhelos. Y nos trae otra forma de amar, dis- tinta..., mirando primero a Jesúscristo, que está en el próximo, y considerando a los otros superiores a uno (Flp 2,3).
Así nos ha amado Cristo, derramando hasta la última gota de su sangre, por ti y por mí. Esa luz es la que de nuevo viene a nosotros y nos salva, no los millones de bombillas.
Gracias a Jorge L. Santana
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