De: Pedro M. Lamet
Cuenta una antigua fábula india que había un ratón que estaba siempre angustiado, porque tenía miedo al gato. Un mago se compadeció de él y lo convirtió… en un gato. Pero entonces empezó a sentir miedo del perro. De modo que el mago lo convirtió en perro. Luego empezó a sentir miedo de la pantera, y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual comenzó a temer al cazador. Llegado a este punto, el mago se dio por vencido
y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole: “Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón”.
Esta bella historia que reproduce el gran maestro espiritual Anthony de Mello nos ilumina sobre la esperanza : Toda esperanza es del tamaño del corazón que espera.
Hoy muchos seres humanos sólo esperan tener un buen coche, un empleo bien remunerado, viajes, objetos, posición. Por eso, su esperanza no acaba de motivarlos en profundidad, viven con un horizonte ridículo. “Todas mis esperanzas están en mí ”, escribió Terencio.
Depende pues del desarrollo interior de la persona, de la capacidad de abrir sus horizontes y de ser feliz, porque la felicidad no es otra cosa que nuestra aptitud de esperar, es decir de creer en la vida. Y eso, como vulgarmente se dice, es “lo último que se pierde”. Puedes carecer de todo, estar, como Robinson Crusoe, en una isla desierta. Pero si hay esperanza, todo es posible, incluso ser feliz en esa isla desierta.
Vivimos en un mundo de desesperados y desesperanzados. El número de solitarios en la gran ciudad, el aumento de depresiones, la falta de estímulos e ilusiones en la juventud, las desigualdades, el aburrimiento, la saciedad material y de consumo nos bloquean para creer en el futuro o para darnos cuenta de que, si despertamos en nuestro interior, ya somos en realidad lo que esperamos ser.
Se trata de ampliar nuestra capacidad de esperar mientras estamos aquí, distendidos en el tiempo. Porque la vida está hecha de instantes y la razón de vivir es creer que el instante siguiente merece ser vivido. Entonces no hay nada que temer, porque “en el reino de la esperanza”, como dice un proverbio ruso, “nunca hay invierno”.
Un buen trabajo sería ir buscando esos resplandores en nuestra propia vida. Porque, si no nos queremos a nosotros mismos, difícilmente podremos repartir algo de esperanza a los demás. Esas razones para esperar están más cerca de lo que imaginamos: Desde el prodigio del nuevo día a alguien a quien amar, aunque no nos devuelva afecto, pasando por un vaso de agua, una canción y el revoloteo de un insecto. Me gusta aquella definición de Unamuno:
“La esperanza es nuestro íntimo
fundamento,
el sustituto de la vida;
la esperanza es lo que vive,
sólo recibe vida lo que espera.”
Busquemos hoy nuestra ración de esperanza, porque la esperanza más sencilla está más cerca de la verdad que la desesperación más razonada. Nunca dependerá de lo externo, porque el ratón no pierde sus miedos al convertirse en gato o en pantera, si sigue conservando su pequeño corazón de ratón. Que Dios reparta esperanza y ensanche el alma.
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