lunes, 16 de agosto de 2010

La Pincelada de Dios

Leonardo da Vinci tardó veinte años en pintar “La última cena” debido a que era muy exigente al buscar los modelos. Tuvo problemas en iniciar la pintura porque no encontraba al que representara a Jesús, quien debía reflejar en su rostro pureza y los más bellos sentimientos, al tiempo que debía ser varonil. Por fin encontró a un joven con esas características y fue el primero que pintó. Después fue localizando a los once apóstoles, a quienes pintó juntos, dejando pendiente a Judas Iscariote, pues no daba con el modelo adecuado, ya que debía ser una persona de edad madura y mostrar en el rostro las huellas de la traición y la avaricia, de modo que el cuadro quedó inconcluso, hasta que le hablaron de un terrible criminal que habían apresado.

Fue a verlo y era exactamente el Judas que él quería, por lo que solicitó al director de la prisión que le permitiera al reo que posara para él.

El director, que conocía al maestro Da Vinci, aceptó gustoso. Durante todo el tiempo que posó, el reo no dio muestras de emoción alguna por haber sido elegido como modelo. Al final, Da Vinci, satisfecho del resultado, llamó al reo y le mostró la obra, quien, apenas la vio, se quedó sumamente impresionando, cayó de rodillas al suelo llorando. El pintor, extrañado, le preguntó por qué se comportaba así y el reo le respondió: “Maestro Da Vinci, ¿es que acaso no me recuerda?” El pintor lo miró fijamente y le contestó: “No, nunca le había visto antes”. Llorando y pidiendo perdón a Dios, el reo le dijo: “Maestro, yo soy aquel joven que hace diecinueve años usted escogió para representar a Jesús en este mismo cuadro”

Cada uno de nosotros somos una “pincelada” divina de Dios Padre que refleja el rostro bellísimo de su Hijo. A veces el diseño original queda ajado por el pecado y cuánto le cuesta al Divino Pintor restaurar la obra de su creación, el hombre, plasmado a su imagen y semejanza.

Tu Palabra Me Da Vida…

Uno de los mayores dones que el Espíritu Santo ha regalado a su Iglesia es el de recuperar la espiritualidad de la Palabra, espiritualidad que fue el eje común de los discípulos de Jesucristo en los primeros siglos de la Iglesia. De ella testimonian los mártires de la Iglesia primitiva y la multitud de santos y Padres de la Iglesia que alimentaron con sus catequesis a toda la cristiandad. Así, leemos en Colosenses: “La Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría...” O también: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (Col 3,16)

“NOSOTROS NO SOMOS MEJORES QUE EL PUEBLO DE ISRAEL, PUES PARTICIPAMOS DE SU DEBILIDAD Y REBELDÍA PARA CONFIAR EN DIOS”

Veamos qué diferencia hay entre el Nuevo Templo de Dios, que es Jesucristo —también sus discípulos— y el antiguo templo, levantado por Israel, signo de la antigua alianza. El autor de la carta a los Hebreos establece una diferencia esencial entre Jesucristo, Templo de Dios, y el antiguo templo, prefigurado en la tienda del encuentro que Dios mandó hacer a Moisés, para albergar el Arca de la Alianza. Dentro se hallaban las Tablas de la Ley y una porción del maná, signos de las maravillas que Dios había realizado a favor de Israel en el desierto.

La diferencia radical entre uno y otro reside en que “la Tienda verdadera ha sido erigida por Dios y no por el hombre” (Hb 8,2) y la tienda de la Antigua Alianza fue levantada por Moisés según el modelo mostrado por Dios en el Sinaí (Hb 8,5). También podemos ver la relación entre la tienda construida por Moisés y la edificación del Templo de Jerusalén en el capítulo 25 del Éxodo.

Modelados Por Jesucristo Cristo!!

El discípulo del Señor es nuevo templo de Dios hecho por Él. Si Moisés levantó la tienda siguiendo el modelo que Dios le mostró, el discípulo de Jesucristo se ajusta al modelo que Dios le muestra en el Evangelio para ser templo de Dios. ¿Quién no siente un estremecimiento profundísimo en todo su ser al escuchar y saber que Dios quiere hacer de él su templo? ¿Hay mayor grandeza del hombre que la de llegar a ser morada del Espíritu de Dios?

Nuestra querencia a esquivar la voluntad de Dios nos pone en evidencia, nos despierta de lo que parece que no es más que un sueño. Constatamos que no somos mejores que el pueblo de Israel. Participamos de su debilidad y rebeldía para confiar en Dios. Siendo pues del mismo “material” que los israelitas, ¿cómo ajustarnos al modelo que nos muestra en el Evangelio?

Escuchando a Jesús que es el único Maestro (Mt 23,8), solamente Él tiene poder para cambiar el corazón del hombre en un corazón que vive de cada palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4,4). Reconociéndolo como el único Maestro es como toma cuerpo la espiritualidad de la Palabra. Todo discípulo es una persona hambrienta de cada palabra que sale de la boca de Dios, penetra por sus oídos y encuentra acogida en su corazón. Ahí empieza a forjarse la verdadera espiritualidad que hace de un hombre o una mujer, un discípulo del Señor Jesús.

Jesús es Maestro porque únicamente Él nos puede enseñar. La Palabra, siguiendo a los Padres de la Iglesia, contiene en sí misma el Misterio de Dios, que exclusivamente Él puede desvelar por medio de su Hijo. Al igual que Jesucristo partió el pan en la última cena y se lo dio a sus discípulos, así parte el pan de la Palabra, revelándonos el Misterio de su divinidad, el Misterio del Padre.

Los Santos Padres de la Iglesia, al hablar de Jesucristo como el único Maestro, lo definen como el “exegeta de las Escrituras”, el exegeta por excelencia, el que enseña, instruye, parte la Palabra, para que seamos enriquecidos con su imperecedera riqueza.

Luz y Fuego

Veamos el ejemplo de los discípulos de Emaús: habían abandonado el grupo de los apóstoles en Jerusalén una vez muerto Jesús. Estaban heridos por la incredulidad ante la crucifixión y fracaso de Aquel en quien habían confiado.

Jesús les amonesta con estas palabras: “¡Insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?” (Lc 24,25-26). Denuncia su necedad y rebeldía ante Dios, ya anticipada por los profetas, por lo que ellos consideraban el fracaso y muerte de su propio Hijo. Jesús, una vez que les ha hecho ver su rebeldía ante la Palabra profetizada, actúa con ellos como el Maestro, el Exegeta: “Y empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras” (Lc 24,27). Entonces se les ilumina a los discípulos sus corazones ofuscados. Su fuego les cambia el corazón; sentados a la mesa, comieron del pan y se decían: “¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32).

Jesús el Maestro nos introduce en la espiritualidad de la Palabra, explicándonos el Evangelio que nuestra mente se resiste a comprender. Él, que es la Luz (Jn 8,12) nos comunica la Palabra que ilumina y disipa las tinieblas de nuestro espíritu y nuestro corazón. Por eso leemos en el Evangelio de San Juan: “La Palabra es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9).

Esta misión del Hijo de Dios ya nos es profetizada en muchos salmos: “En ti está la fuente de la Vida, y en tu Luz vemos la Luz” (Sal 36,10). Como vemos, se anuncia a Dios como Fuente de la Vida. Manantial de aguas vivas, dice Yahvé de sí mismo por medio del profeta Jeremías (Jr 2,13). También hemos oído al salmista decirle a Dios: “En tu Luz vemos la luz”.

“CRISTO, QUE ES LA LUZ, NOS COMUNICA LA PALABRA QUE ILUMINA Y DISIPA LAS TINIEBLAS DE NUESTRO ESPÍRITU Y NUESTRO CORAZÓN”

Moldeados Por Un Abrazo

Jesús es Sacerdote y Víctima, Cordero y Pastor, Modelo y Modelador. El profeta Isaías anuncia que Yahvé es el alfarero y que hace sus vasijas con esmero; anuncia que es su Modelador: “Así dice Yahvéh, el Santo de Israel y su Modelador: ¿vais a pedirme señales acerca de mis hijos y a darme órdenes acerca de la obra de mis manos? (Is 45,11-13).

El Evangelio tiene fuerza en sí mismo para moldearnos, para eliminar nuestras naturales desconfianzas y hacernos discípulos. Pablo anuncia que la predicación del Evangelio tiene en sí la fuerza operante de Dios: “De ahí que también, por nuestra parte no cesemos de dar gracias a Dios porque, al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios que permanece operante en vosotros, los creyentes” (1Ts 2,13).

Abrazar supone entrar en comunión, hacerse uno con quien se abraza. Todo esto es lo que significa dejarse moldear. Pablo utiliza también el verbo abrazar: “Por vuestra parte, os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones” (1Ts 1,6).

San Romualdo de Rabean, fundador de la orden contemplativa de los Camaldulenses refiriéndose a la espiritualidad de la Palabra, pudo ver que en los Salmos ya estaba contenida toda la luz que brilla en el Evangelio. Eso sí, de la mano de su Maestro y Exegeta: su Señor Jesucristo.

“EL EVANGELIO TIENE FUERZA PARA MOLDEARNOS; PARA ELIMINAR NUESTRAS NATURALES DESCONFIANZAS Y HACERNOS DISCÍPULOS”

La Paradoja en el Matrimonio…

Ángel Barahona Plaza - Doctor en Filosofía

Muchas parejas de hoy en día están instaladas en relaciones conflictivas y dolorosas; sin embargo, no conocen el origen del fracaso ni saben reconstruir el camino por el que han llegado a verse como enemigos, separados por una gran rivalidad.

La Rivalidad Que Destruye!!!

Podría hablarse de dos tipos de rivalidades: una exterior y otra interior. La primera se origina ante los celos por un tercero que pertenece a otro ambiente extraño al hogar y que representa la novedad, el halago —la necesidad de reconocimiento—, que coincide con la pérdida de la ilusión y la cada vez más clara conciencia de que la vida se escapa velozmente, con el aburrimiento de la pareja o la rutina —que mana del “ya está todo visto”—. A su vez esto mismo se junta con la incapacidad de expresar las emociones que cada uno experimenta dentro de sí; emociones que resultan más fáciles de compartir con un tercero usando al esposo/a como chivo expiatorio. Todos estos factores hacen que cada uno se encastille en un egoísmo cada vez más solitario, justificándose a sí mismo e imputando al otro los propios sentimientos negativos.

La rivalidad interior surge porque la pareja no han encontrado en el otro la paz, la seguridad o la plenitud que iban buscando, ni la complementariedad que de manera semiinconsciente presentían. El fracaso en las expectativas que se han visto frustradas, el infantilismo de los hombres que tienen el síndrome de la madre protectora, la exigencia de las mujeres que no ven en el otro al padre que buscaban, son unas cuantas de las múltiples causas que se podrían aducir.

Los problemas que surgen —estrés, problemas laborales, niños díscolos o enfermos, insomnes, que exigen todo de nosotros y que no sabemos dar— no serían problemas insuperables si no nos abocaran a la rivalidad: “hoy te toca a ti”, “nunca me apoyas”, “me quitas mi puesto, todo cae sobre mí”, “sólo te miras a ti mismo”, “no comprendes el momento por el que estoy pasando”... Descritos en singular y descargando sobre el otro la tensión, se agranda el problema. El nos, el nosotros (“lo que nos está pasando con tu trabajo”…) sería una fórmula válida para poner obstáculos al problema que intenta destruirnos.

Las relaciones se complican porque no entendemos que somos rivales, que nos copiamos miméticamente, que buscamos en el otro que nos dé el ser, y si no nos lo da por amor le forzamos a que nos lo dé por el reconocimiento.

Como sólo nos hemos sentido amados mediante el chantaje — “si haces esto…, te daré”—, buscamos cambiar al otro, que el otro se nos entregue. Nuestras relaciones se basan en la reciprocidad, en el mercadeo del afecto, de la simpatía, del buen trato, por lo que, mientras funcione ese toma y daca, todo va más o menos bien. Pero cuando el otro pretende que le demos algo y no lo hacemos (porque ese día estamos mal o no hemos encajado una  frustración o nos sentimos débiles), empieza la batalla. Queremos cambiar al otro, que el otro se acomode a nuestras necesidades. Sin embargo, nosotros queremos ser amados como somos (que es lo que todos pretendemos en secreto o incluso sin saberlo). La pendiente de caída es exponencial a las señales de egoísmo que recibimos del otro.

“QUEREMOS CAMBIAR AL OTRO PARA QUE SE ACOMODE A NUESTRAS NECESIDADES; SIN EMBARGO, NOSOTROS QUEREMOS SER AMADOS COMO SOMOS”

Siguiente Paso:
“No hay nada que hacer”

La cuestión es que hay un momento en el que no se ve en el horizonte más que la separación. Cuando se entra en la dinámica del reproche, del ataque o de la indiferencia, de hacer vidas paralelas, demuestra que ya se ha decidido no buscar la solución ni reconstruir nada. La rivalidad se ha adueñado de la pareja y no están dispuestos a sacrificar esa competición en aras del posible amor reconstruible. Sin darse cuenta se han introducido en una patología cíclica, repetitiva, de la que sólo extraen, tras cada episodio, la confirmación de que “no hay nada que hacer”.

Si el matrimonio ya empieza a ser una experiencia de reserva indígena es porque las políticas gubernamentales ciegas, los medios de comunicación y las costumbres miméticas al uso, están haciendo estragos en la confianza, en la paciencia, en la esperanza y en la capacidad de sufrir juntos.

Es verdad que la inestabilidad de esa relación es la misma que la que se da en todas las relaciones humanas inestables y cambiantes
a las que estamos sometidos actualmente, pero ninguna tiene las tremendas consecuencias para el futuro que tiene ésta.

Incapacitados para convivir

Estos hombres y mujeres protagonistas de una relación fracasada no han recibido una instrucción adecuada. Los cursillos prematrimoniales —pronto los reinventarán las sociedades laicistas como ya hicieron los revolucionarios franceses con la introducción de los bautizos civiles, el culto a la técnica, los rituales políticos, los matrimonios civiles, el santoral laico de culto a los científicos del positivismo— son un reconocimiento claro de que, para esa tarea, hace falta formación.

La naturaleza nos permite aprender fácilmente a relacionarnos sexualmente, pero la convivencia es otra cosa. Evidentemente, como el materialismo vigente sólo nos considera como animales complejos, se cree que se puede prescindir de todo tipo de formación moral o psicológica, ya que la relación hombre-mujer es considerada sólo como un acoplamiento sexual natural que puede ser resuelta también mediante una simple separación física sin complicaciones. Se enseñan técnicas sexuales a los adolescentes; sin embargo, no se les forma en el compromiso, en las relaciones morales, en las dificultades de la convivencia, en la responsabilidad del uso de la sexualidad.

“SE ENSEÑAN TÉCNICAS SEXUALES A LOS ADOLESCENTES, PERO NO SE LES FORMA EN EL COMPROMISO NI EN LAS DIFICULTADES DE LA CONVIVENCIA”

Vivir y Crecer Juntos

Es bueno preservar una justa distancia: ni estar demasiado cerca de modo que el otro sienta agobio, ni estar tan lejos que el otro perciba indiferencia o abandono. La relación amorosa necesita de la delicadeza de las palabras y de los gestos y el respeto a la libertad del otro. Un amor posesivo no es amor; es dependencia y necesidad.

Darle al otro un nombre privado, una especie de bautismo cariñoso, íntimo. Es un síntoma de la importancia de esta privacidad, de llamar al otro como nadie se atreve a llamarlo. Suele ser espontáneo, pero es bueno recordarlo. Es una forma de apropiación el uno del otro, de dar vida a la relación privada. Recuerda que esa relación es única y esencial (cuando se empieza a disolver la relación se vuelve uno a llamar por su nombre anterior).

La clave del amor está en el reconocimiento del misterio del otro, comprendiendo que jamás podré poseerle, que se me escapará siempre. Que hay que preservar su espacio de libertad, de realización personal, sin querer restringirlos. Confiar en que si él o ella es fuera de casa, yo soy con él dentro de casa. Cada cual en su medida social.

Hay que estar atentos a los primero síntomas de irrupción de la rivalidad: la reciprocidad, los reproches, los menosprecios, la indiferencia —“es tu culpa”, “si tú no hubieras”, “me has quitado la autoridad”, “nunca has hecho eso por mí”, “no debes hacer eso”…—, hablar en su lugar, no dejarle hablar, darse uno mismo las respuestas a las preguntas, empezar a hablar de tú y yo, en lugar de nosotros.

Se ha de nombrar el problema como un tercero en discordia, no como algo que pertenece al otro. Debe evitarse controlar al otro o hacer observaciones obsesivas que le denuncien continuamente sus defectos y le hagan sentirse juzgado. El silencio o la indiferencia son claros signos de agresión. Hay que aprender a ceder para que el otro no se sienta siempre agredido y humillado. Escapar a la rivalidad es reconocer al otro superior; esto no degrada mi yo; todo lo contrario, si somos un “nosotros”, su superioridad me construye. Hay que darle tiempo al amor; con el tiempo es como con el vino. No hay que precipitarse por los desajustes, ni forzar las cosas como uno cree que tienen que ser.

“LA RELACIÓN AMOROSA NECESITA DEL RESPETO A LA LIBERTAD DEL OTRO. UN AMOR POSESIVO NO ES AMOR; ES DEPENDENCIA Y NECESIDAD”

No valen las recetas: “amaos los unos a los otros” es una fórmula ideal en el plano moral, es tener el problema resuelto, pero requiere una ayuda especial de la gracia. En el plano psicológico no es posible, si no se desamortiza la rivalidad para poder empezar a reconstruir. Y, por supuesto, necesita un plus de gracia. Si hay sacramento, hay gracia de estado. Lo cual quiere decir que el sacramento implica el reconocimiento de que hay un don anterior a la apetencia de vivir juntos, que hay un paradigma de la relación de mutua donación: ambos han recibido esa donación de un tercero.

El amor tiene que reinventarse todos los días para salir de las repeticiones neuróticas que nos incitan sin cesar a volver una y otra vez sobre las mismas historias. Los sentimientos no son fiables, hay que desvelar sus mitos.

En última instancia el amor requiere sacrificios. Sacrificar el yo al otro, sacrificar el tiempo al otro, sacrificar el ser al ser del otro. Paradójicamente estas supuestas pérdidas son ganancias a la postre. Si el otro se siente querido, le será fácil devolver lo que recibe y no buscar fuera lo que tiene dentro. Los otros apetitos del deseo se verán puestos en tela de juicio y postergados porque lo verdaderamente importante se está dando. Juntos se puede soportar todo: la enfermedad, la vejez, los problemas económicos.

El primer paso para ayudar al matrimonio en crisis es el diálogo, recuperar el lenguaje. Despojarlo de todo aquello que le hace el juego a la rivalidad. Para ello hace falta designar o aceptar un mediador que sepa desplazar la tensión entre los dos y la exteriorice como fruto de un problema común al que hay que vencer juntos.

La Herencia de Dios son los Hijos

La relación entre hombre y mujer trasciende en el nacimiento de algo externo a los dos, alguien que sea encarnación de esa donación. El matrimonio es una correa de transmisión de la vida recibida como un don. Si hay un cálculo, una reserva, la relación está viciada de antemano. Entonces el hijo sabrá que ha sido comprado en el supermercado de las necesidades afectivas, o de la seguridad, o de la compañía y no como un don. Se sabrá dueño de sus compradores. No serán libres con él para corregirle, o para amarle libremente.

El hijo es la “encarnación” de la relación: sin hijos no hay posibilidad de superar el solipsismo. Antes de casarse hay que hablarlo todo y sin miedo; si no, la relación está muerta antes de empezar.

Si el hijo supone un problema para la relación por su enfermedad, o por los insomnios, o por su carácter, no hay que olvidar que el sí del sacramento es anterior al sí debido al cuidado de lo prole. Si esos problemas persisten en el tiempo, hay que procurar el concurso de un tercero en determinado momentos para la que la pareja tenga momentos de intimidad, de poder salir juntos y solos, y de descansar. El hijo no puede ser nunca motivo de divorcio, sino todo lo contrario. El divorcio lo que hace es sacrificar el hijo a la rivalidad: es un sacrificio simbólico, cosificado por esa relación rival, donde el hijo se siente objeto, no persona, y no encontrará lugar seguro o estable para su necesidad afectiva, por lo que su existencia se verá amenazada. Debemos proteger al hijo de nuestros egoísmos.

El juicio de Salomón nos instruye: sacrificar el niño a la rivalidad o sacrificar la rivalidad para que el niño viva. Él es la encamación de una alianza que debemos renovar todos los días: juntos contra todos los problemas.

“SACRIFICAR EL NIÑO A LA RIVALIDAD O SACRIFICAR LA RIVALIDAD PARA QUE EL NIÑO VIVA”

kerigma… Ese distintivo fluorescente!!!

En la sociedad actual estamos tan acostumbrados al más difícil todavía, y sobre todo en materia de fe (o de no fe), que pocas cosas nos asombran. Por ejemplo: que hoy día, en la era de la comunicación y la tecnología , exista más gente que no ha escuchado el Evangelio que hace doscientos años, desgraciadamente ya no nos sorprende.

Que para muchas personas, entre ellas intelectuales de peso, la religión sea considerada como algo ingenuo y un vestigio del pasado, tampoco nos llama la atención. Que todo lo que huela a espiritualidad o trascendencia quede reducido a una simple alternativa barata a la psicoterapia, hasta nos resulta indiferente. Sin embargo, el asunto no es baladí .

¿CÓMO EXPLICAR A LOS QUE SUFREN SIN ESPERANZA QUE LA MUERTE HA SIDO VENCIDA?

Ante esta cruda realidad y la no menos dura de que son
muchos los cristianos que experimentan su fe de esta
manera, aséptica y escéptica, debemos ponernos en
guardia. ¿Cómo impedir que la tibieza sofoque la fuerza
transformadora que experimenta quien se encuentra con
quien es todo amor y misericordia? ¿De qué manera es
posible hacer llegar que, cuando dejas que Cristo asuma
tu vida, tu debilidad y tus pecados, entonces todo cobra
un sentido pleno? ¿Cómo explicar a los que sufren sin
esperanza que la muerte ha sido vencida y nuestra patria
es el Cielo?

No me corresponde juzgar, sólo amar!

Desde luego no es fácil. Como dijo el arzobispo de
Denver, Monseñor Chaput: “Si queremos saber por qué
el mundo no ha sido conquistado para Cristo mirémonos
al espejo”. Ahora bien, no se trata de valentías. Es cierto
que Dios no quiere discípulos cobardes, pero ya se lo
dijo a San Pablo y nos lo repite a cada uno: “Te sobra mi
gracia, que la fuerza se realiza en la debilidad” (2Co 2,9).
Cuando uno se siente rescatado de la muerte óntica —
del sinsentido de no ser para nadie o de tener que estar
a la altura de todos—, porque se sabe amado por Dios;
cuando uno advierte en lo profundo de su ser que Cristo
habita en su corazón y le llama a participar de su misma
vida divina, la existencia se torna plena y feliz, por muy
atribulada que ésta sea. Entonces se abre un nuevo
camino en el que la caridad y el perdón son presencia
viva en el recorrido diario.
Los cristianos estamos llamados a transformar el mundo
desde la fe mediante el testimonio. Sólo si nuestra experiencia
de Cristo muerto y resucitado por nuestros pecados
es profunda, su luz irradiará cualquier espacio de
nuestra vida. Pero si se queda únicamente en la capa
más externa como un modo de cumplir unos mandatos,
que además consideramos opresores y trasnochados, la
fe comenzará a hacer aguas ante la más mínima prueba
que la razón no entienda.

“QUIEN VIVE LA MUERTE DE CRISTO Y SU RESURRECCIÓN, <<EXPERIMENTA>>
LA VIDA QUE NUNCA SE ACABA”

La misión de la Iglesia es la de santificar el mundo; y
todos nosotros, como miembros activos de ella, formamos
parte de esta misión. Está claro que amar a la
humanidad en su conjunto es fácil, pero amar a la familia
que nos ha tocado, a cada miembro en concreto, con
sus pecados y debilidades, a los vecinos, compañeros de
estudio o trabajo, al jefe, al casero, etc., eso sí resulta
harto complicado. Sin embargo, en las sociedades actuales,
donde la gran mayoría de sus Estados son hostiles a
cualquier atisbo de mensaje evangélico, la única manera
posible de abatir las barreras es con el amor, pues
éste es la expresión de la presencia de la Santísima
Trinidad en el mundo.

“AMAOS UNOS A OTROS COMO YO OS HE AMADO”,
PARA QUE OTROS VEAN Y, ENTONCES, CREAN.

ver para creer

Únicamente desde el reconocimiento del amor infinito
que Dios nos tiene y asumiendo la invitación de
Jesucristo a amarnos con la medida de su amor, es decir,
hasta dar la vida, es posible anular todo tipo de resentimientos,
odios, luchas y prejuicios. “Mirad cómo se
aman y están dispuestos a dar la vida el uno por el otro”,
se decía de las primeras comunidades cristianas y también
de cuantos a lo largo de los siglos han hecho del
amor y la confianza en Dios su distintivo.
El cristiano sabe que en esta revolución pacífica, aunque
la misión le venga grande, no está solo. La presencia activa
de Dios en la historia de la Iglesia y de la humanidad,
como también en la de cada hombre en particular, llena
de paz e intrepidez apostólica el buen hacer de cada día.
Son muchos los signos que ponen de manifiesto la presencia
y acción de Dios entre nosotros. De hecho, quien
vive la muerte de Cristo y su resurrección, “experimenta”
la vida del Resucitado, a quien tiene dentro de sí por la
gracia del Espíritu Santo. Por tanto, vive la vida que
nunca se acaba, pues como dice Jesús: “Todo el que
vive y cree en mí no morirá jamás” (Jn 11,26).
Puesto que el amor destila misericordia y ésta no deja
indiferente a nadie que con ella se topa, hagamos vivo
el mandato de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os
he amado” (Jn 13,34). Desde esta plasmación real, viva
y sincera, los cristianos podremos hacer presente el
Reino de Dios entre nosotros para que otros vean y,
entonces, crean.

El Cielo No Está Vacío…. Ss. Benedicto XVI

“El Señor es mi pastor, nada me falta... Aunque camine por cañadas
oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo...“ (Sal 22,1-4). El verdadero
pastor es Aquel que conoce también el camino que pasa por
el valle de la muerte; Aquel que incluso por el camino de la última
soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome
para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado
al reino de la muerte, la ha vencido y ha vuelto para acompañarnos
ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso
abierto. Saber que existe Aquel que me acompaña incluso en la
muerte y que con su “vara y su cayado me sosiega”, de modo que “nada
temo” (cfr. Sal 22,4), era la nueva “esperanza” que brotaba en la vida
de los creyentes.
No son los elementos del cosmos, las leyes de la materia, lo que en
definitiva gobierna al mundo y al hombre, sino que es un Dios personal
quien gobierna el firmamento, las estrellas, es decir, el universo;
la última instancia no son las leyes de la materia y de la evolución,
sino la razón, la voluntad, el amor: una Persona. Y si conocemos a esta
Persona, y ella a nosotros, entonces el inexorable poder de los elementos
materiales ya no es la última instancia; ya no somos esclavos
del universo y de sus leyes: ahora somos libres.
El cielo no está vacío. La vida no es el simple producto de las leyes y
de la casualidad de la materia, sino que en todo, y al mismo tiempo
por encima de todo, hay una voluntad personal, hay un Espíritu que
en Jesús se ha revelado como Amor.
no es la ciencia la que redime al hombre;
el hombre es redimido por el amor
Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un
momento de “redención” que da un nuevo sentido a su existencia.
Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que
se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida.

Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicional.
Necesita esa certeza que le hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro,
ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado
en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8,38-39). Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta,
entonces —sólo entonces— el hombre es “redimido”, suceda lo que suceda en su caso particular.
Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente
cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar
aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida
vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y
de la soledad es mucho mayor aún.
Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la
tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido
con amor infinito.
un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza (cfr. Ef 2,12)
Es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza,
sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cfr. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del
hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y
que nos sigue amando “hasta el extremo”, “hasta el total cumplimiento” (cfr. Jn 13,1; 19,30).
“Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). La vida
en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es
una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la vida. Si estamos en relación
con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos
en la vida. Entonces “vivimos”.
Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza
es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me
escucha. Cuando ya no puedo hablar
con ninguno, ni invocar a nadie, siempre
puedo hablar con Dios.
Ciertamente no “podemos construir”
el reino de Dios con nuestras
fuerzas; lo que construimos es
siempre reino del hombre con todos
los límites propios de la naturaleza
humana. El reino de Dios es
un don, y precisamente por eso es
grande y hermoso, y constituye la
respuesta a la esperanza.

“EL SEÑOR ES MI PASTOR,
NADA ME FALTA...
AUNQUE CAMINE POR
CAÑADAS OSCURAS,
NADA TEMO, PORQUE TÚ
VAS CONMIGO...“
(Sal 22,1-4).

las siete maravillas del mundo

A un grupo de colegiales de una escuela primaria se les pidió que hicieran una lista de las siete
Maravillas del Mundo. Con algunas diferencias, en seguida salieron las más votadas: Las
Pirámides de Egipto. El Taj Mahal. El Gran Cañón de Colorado. El Canal de Panamá. El Edificio
Empire State. La Basílica de San Pedro. La Gran Muralla China. Mientras repasaban los votos, la
maestra se dio cuenta de que había una niña que estaba terminando de escribir; así que le preguntó
si tenía problemas con su lista, a lo que la niña le respondió: “Sí, un poquito. No acabo de
decidirme, pues hay muchas…” La maestra la animó: “Bueno, léenos lo que hayas puesto hasta
ahora y a lo mejor te podemos ayudar”.


La niña lo pensó unos momentos y luego comenzó a leer sus apuntes:
“Yo pienso que las siete Maravillas del Mundo son: Poder ver. Poder oír.
Poder oler. Poder gustar. Poder tocar. Poder reír. Poder amar.

El aula se llenó de un inusitado silencio.

el perdón de los pecados

—Padre —comentó el novicio—, todas las noches hablo en sueños con alguien,
yo le pregunto y él me responde; pero estoy asustado por si fuera el mismo Dios.
—Si quieres saber si es Dios —le contestó el Prior—, pregúntale esta noche que te diga
cuando cometí el último pecado.
El joven novicio se fue extrañado y preocupado por tener que hacer tan compleja pregunta.
—Preguntaste esta noche pasada lo que te sugerí —le dijo el Prior al día siguiente.
—Sí, pero no sería Dios, porque me contestó que no se acordaba de cuándo había cometido
usted su último pecado.
—Si no se acordaba de mis pecados —contestó el Prior—, te aseguro que era Dios.

el joven jugador de rugby

Cuentan que a un joven le apasionaba el rugby. Pese a no
ser muy bueno en este deporte, nunca faltaba a ningún
entrenamiento y tampoco a los partidos de los sábados. El
entrenador conocía bien el entusiasmo del muchacho,
incluso lo resaltaba entre los compañeros para contagiarles
de su interés. Sin embargo, debido a su ineficacia en el
terreno de juego, nunca lo sacaba a jugar, con lo que el
joven —siempre acompañado por su padre— permanecía
sentado en el banquillo partido tras partido.
—No pasa nada —comentaba el padre para animarle—.
Quién sabe, quizá el próximo sábado te saque a jugar.
—Eso papá, quién sabe —le respondía el muchacho, esperanzado
ya en el sábado siguiente.
Pasó el tiempo y el joven entró en la universidad. Como no
podía ser de otro modo, se apuntó al equipo de rugby de su
facultad y seguía acudiendo fielmente a los entrenamientos
y a todos los partidos que su equipo jugaba. Pero de nuevo,
y pese a tratarse de otro entrenador, éste tampoco le sacaba
a jugar, con lo que el joven continuaba viendo los partidos desde el banquillo, acompañado por su padre.
Una tarde mientras entrenaba le avisaron que su padre había fallecido. El joven deportista disculpándose
abandonó el entrenamiento. Llegó el sábado y el muchacho acudió al partido. Al iniciarse el juego, el joven
le rogó a su entrenador poder participar en el enfrentamiento. El entrenador en un primer momento le denegó
la petición. No obstante, y debido a la insistencia del joven, accedió a que bajara al campo de juego. El partido
dio comienzo y el muchacho demostró un dominio que, ante la sorpresa de todos, permitió apuntarse
varios ensayos a favor de su equipo. Terminaron ganando y el entrenador no podía salir de su asombro. Los
compañeros le felicitaron efusivos. El entrenador, que seguía boquiabierto, le preguntó al muchacho qué
había ocurrido para jugar de aquella manera. El muchacho sin poder reprimir la emoción le contestó:
—Usted sabe que yo siempre venía todos los sábados con mi padre a los partidos. Pues bien, mi padre era
ciego y yo sé que por fin hoy desde el cielo me estaba viendo.

ocho minutos

Cuenta la leyenda que había una mujer muy pobre, que caminaba
por las afueras con su hijito en brazos, cuando pasó por delante de
una caverna, de la que salía una voz misteriosa que desde dentro
suavemente le decía: “Entra y coge todo lo que quieras, pero no te
olvides de lo principal. Recuerda además que, cuando salgas, la
puerta se cerrará para siempre. Te concedo ocho minutos para que
sacies tus deseos; aprovecha, por tanto, la oportunidad, pero no te
olvides de lo principal…”
La mujer entró en la caverna y se halló delante de inmensas riquezas
y tesoros. Fascinada por el oro y las joyas, puso al niño en el suelo
y empezó a juntar ansiosamente todo lo que podía en su delantal.
La voz misteriosa habló nuevamente: “Tienes solo ocho minutos”.
Agotados estos ocho minutos, la mujer, cargada de oro y piedras
preciosas, corrió hacia fuera de la caverna y… la puerta se cerró.
Recordó entonces que el niño se había quedado dentro, pero ya la
puerta estaba cerrada para siempre.
La riqueza le duró poco…, la desesperación le duró siempre.
Lo mismo ocurre en nuestra vida. Vivimos ochenta… cien años… y
siempre hay una voz que nos advierte: “No te olvides de lo principal”.

¿Qué es lo principal para ti?

Las cosas no son siempre como parecen

Dos ángeles que viajaban por Soria, llamaron a la
puerta de una familia rica y ésta los alojó en el
sótano. Mientras hacían la cama en el duro suelo,
el ángel más viejo vio un pequeño agujero en la
pared y lo tapó. El más joven le preguntó por qué
lo hacía y le contestó:“Las cosas no son siempre
como parecen”.
Al día siguiente viajaron a un pueblecito
y una familia pobre les ofreció de
cenar y les dieron la mejor cama para
pasar la noche. A la mañana siguiente
los dos ángeles encontraron al
matrimonio llorando.
Su única vaca había muerto. El ángel más joven
indignado y furioso le dijo a su compañero:
“¿Cómo has permitido semejante desgracia?
Ayudaste a los ricos que nos trataron tan mal y por
esta familia que nos ha dado todo no has hecho
nada. Las cosas no son siempre como parecen,
le contestó el ángel más viejo”.
Cuando nos hospedamos en Soria vi que había
oro en el agujero y lo tapé para que esa familia
egoísta y avariciosa nunca lo encontrara.
Y esta noche cuando dormíamos, el
ángel de la muerte vino a buscar a la
esposa de esta casa. Yo le dije que se llevara
a la vaca en lugar de la esposa.
Como ves las cosas no son siempre
como parecen.

TRAMPAS PARA LOS JÓVENES

Por Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas.

TRAMPAS PARA LOS JÓVENES

VER
Nos quejamos de la juventud. Decimos que los jóvenes están desorientados. Muchos padres ya no se atreven a dar consejos a sus hijos, porque éstos tienen más estudios que ellos; han viajado más y conocen otros mundos; menosprecian la sabiduría tradicional de su familia. Al salir de sus comunidades, copian modelos de vida ajenos a su cultura, para no sentirse menos que los otros jóvenes, evitar ser discriminados y darse valor a sí mismos; caen hipnotizados por falsos dioses, por los nuevos ídolos.

En los "Desiertos Juveniles", que son retiros espirituales y pastorales que damos a los jóvenes, uno de los temas es sobre las tentaciones que les asechan. Lo imparte uno del equipo, para compartir su experiencia y advertir los peligros de dejarse llevar por la corriente. Si hacen lo que todos hacen, se "acorrientan", van de bajada, pues ninguna corriente de los ríos va hacia arriba. Contagiarse del ambiente pecaminoso, es contaminarse.

JUZGAR
En Sidney, Australia, el Papa Benedicto XVI dijo a los jóvenes: "A veces la gente adora a ‘otros dioses' sin darse cuenta. Los falsos ‘dioses', cualquiera que sea el nombre, la imagen o la forma que se les dé, están casi siempre asociados a la adoración de tres cosas: los bienes materiales, el amor posesivo y el poder. Permitidme que me explique.

Los bienes materiales son buenos en sí mismos. No podríamos sobrevivir por mucho tiempo sin dinero, vestidos o vivienda. Para vivir, necesitamos alimento. Pero, si somos codiciosos, si nos negamos a compartir lo que tenemos con los hambrientos y los pobres, convertimos nuestros bienes en una falsa divinidad. En nuestra sociedad materialista, muchas voces nos dicen que la felicidad se consigue poseyendo el mayor número de bienes posible y objetos de lujo. Sin embargo, esto significa transformar los bienes en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, traen la muerte.

El amor auténtico es evidentemente algo bueno. Sin él, difícilmente valdría la pena vivir. El amor satisface nuestras necesidades más profundas y, cuando amamos, somos más plenamente nosotros mismos, más plenamente humanos. Pero, qué fácil es transformar el amor en una falsa divinidad. La gente piensa con frecuencia que está amando cuando en realidad tiende a poseer al otro o a manipularlo. A veces trata a los otros más como objetos para satisfacer sus propias necesidades que como personas dignas de amor y de aprecio. Qué fácil es ser engañado por tantas voces que, en nuestra sociedad, sostienen una visión permisiva de la sexualidad, sin tener en cuenta la modestia, el respeto de sí mismo o los valores morales que dignifican las relaciones humanas. Esto supone adorar a una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte.

El poder que Dios nos ha dado de plasmar el mundo que nos rodea es ciertamente algo bueno. Si lo utilizamos de modo apropiado y responsable nos permite transformar la vida de la gente. Toda comunidad necesita buenos guías. Sin embargo, qué fuerte es la tentación de aferrarse al poder por sí mismo, buscando dominar a los otros o explotar el medio ambiente natural con fines egoístas. Esto significa transformar el poder en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte.

El culto a los bienes materiales, el culto al amor posesivo y el culto al poder, lleva a menudo a la gente a ‘comportarse como Dios': intentan asumir el control total, sin prestar atención a la sabiduría y a los mandamientos que Dios nos ha dado a conocer. Este es el camino que lleva a la muerte. Por el contrario, adorar al único Dios verdadero significa reconocer en él la fuente de toda bondad, confiarnos a él, abrirnos al poder saludable de su gracia y obedecer sus mandamientos: este es el camino para elegir la vida".

ACTUAR
¡Basta de quejas contra los jóvenes! Ofrezcámosles alternativas, caminos, luces. No son malos de por sí. Muchos son generosos de corazón y están abiertos a retos nobles. Advirtámosles de las trampas de este mundo de pecado, pero invitémosles a vocaciones entusiasmantes, como el sacerdocio y la vida consagrada. Presentémosles a Jesús y se apasionarán por él y por los pobres.