lunes, 16 de agosto de 2010

Tu Palabra Me Da Vida…

Uno de los mayores dones que el Espíritu Santo ha regalado a su Iglesia es el de recuperar la espiritualidad de la Palabra, espiritualidad que fue el eje común de los discípulos de Jesucristo en los primeros siglos de la Iglesia. De ella testimonian los mártires de la Iglesia primitiva y la multitud de santos y Padres de la Iglesia que alimentaron con sus catequesis a toda la cristiandad. Así, leemos en Colosenses: “La Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría...” O también: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (Col 3,16)

“NOSOTROS NO SOMOS MEJORES QUE EL PUEBLO DE ISRAEL, PUES PARTICIPAMOS DE SU DEBILIDAD Y REBELDÍA PARA CONFIAR EN DIOS”

Veamos qué diferencia hay entre el Nuevo Templo de Dios, que es Jesucristo —también sus discípulos— y el antiguo templo, levantado por Israel, signo de la antigua alianza. El autor de la carta a los Hebreos establece una diferencia esencial entre Jesucristo, Templo de Dios, y el antiguo templo, prefigurado en la tienda del encuentro que Dios mandó hacer a Moisés, para albergar el Arca de la Alianza. Dentro se hallaban las Tablas de la Ley y una porción del maná, signos de las maravillas que Dios había realizado a favor de Israel en el desierto.

La diferencia radical entre uno y otro reside en que “la Tienda verdadera ha sido erigida por Dios y no por el hombre” (Hb 8,2) y la tienda de la Antigua Alianza fue levantada por Moisés según el modelo mostrado por Dios en el Sinaí (Hb 8,5). También podemos ver la relación entre la tienda construida por Moisés y la edificación del Templo de Jerusalén en el capítulo 25 del Éxodo.

Modelados Por Jesucristo Cristo!!

El discípulo del Señor es nuevo templo de Dios hecho por Él. Si Moisés levantó la tienda siguiendo el modelo que Dios le mostró, el discípulo de Jesucristo se ajusta al modelo que Dios le muestra en el Evangelio para ser templo de Dios. ¿Quién no siente un estremecimiento profundísimo en todo su ser al escuchar y saber que Dios quiere hacer de él su templo? ¿Hay mayor grandeza del hombre que la de llegar a ser morada del Espíritu de Dios?

Nuestra querencia a esquivar la voluntad de Dios nos pone en evidencia, nos despierta de lo que parece que no es más que un sueño. Constatamos que no somos mejores que el pueblo de Israel. Participamos de su debilidad y rebeldía para confiar en Dios. Siendo pues del mismo “material” que los israelitas, ¿cómo ajustarnos al modelo que nos muestra en el Evangelio?

Escuchando a Jesús que es el único Maestro (Mt 23,8), solamente Él tiene poder para cambiar el corazón del hombre en un corazón que vive de cada palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4,4). Reconociéndolo como el único Maestro es como toma cuerpo la espiritualidad de la Palabra. Todo discípulo es una persona hambrienta de cada palabra que sale de la boca de Dios, penetra por sus oídos y encuentra acogida en su corazón. Ahí empieza a forjarse la verdadera espiritualidad que hace de un hombre o una mujer, un discípulo del Señor Jesús.

Jesús es Maestro porque únicamente Él nos puede enseñar. La Palabra, siguiendo a los Padres de la Iglesia, contiene en sí misma el Misterio de Dios, que exclusivamente Él puede desvelar por medio de su Hijo. Al igual que Jesucristo partió el pan en la última cena y se lo dio a sus discípulos, así parte el pan de la Palabra, revelándonos el Misterio de su divinidad, el Misterio del Padre.

Los Santos Padres de la Iglesia, al hablar de Jesucristo como el único Maestro, lo definen como el “exegeta de las Escrituras”, el exegeta por excelencia, el que enseña, instruye, parte la Palabra, para que seamos enriquecidos con su imperecedera riqueza.

Luz y Fuego

Veamos el ejemplo de los discípulos de Emaús: habían abandonado el grupo de los apóstoles en Jerusalén una vez muerto Jesús. Estaban heridos por la incredulidad ante la crucifixión y fracaso de Aquel en quien habían confiado.

Jesús les amonesta con estas palabras: “¡Insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?” (Lc 24,25-26). Denuncia su necedad y rebeldía ante Dios, ya anticipada por los profetas, por lo que ellos consideraban el fracaso y muerte de su propio Hijo. Jesús, una vez que les ha hecho ver su rebeldía ante la Palabra profetizada, actúa con ellos como el Maestro, el Exegeta: “Y empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras” (Lc 24,27). Entonces se les ilumina a los discípulos sus corazones ofuscados. Su fuego les cambia el corazón; sentados a la mesa, comieron del pan y se decían: “¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32).

Jesús el Maestro nos introduce en la espiritualidad de la Palabra, explicándonos el Evangelio que nuestra mente se resiste a comprender. Él, que es la Luz (Jn 8,12) nos comunica la Palabra que ilumina y disipa las tinieblas de nuestro espíritu y nuestro corazón. Por eso leemos en el Evangelio de San Juan: “La Palabra es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9).

Esta misión del Hijo de Dios ya nos es profetizada en muchos salmos: “En ti está la fuente de la Vida, y en tu Luz vemos la Luz” (Sal 36,10). Como vemos, se anuncia a Dios como Fuente de la Vida. Manantial de aguas vivas, dice Yahvé de sí mismo por medio del profeta Jeremías (Jr 2,13). También hemos oído al salmista decirle a Dios: “En tu Luz vemos la luz”.

“CRISTO, QUE ES LA LUZ, NOS COMUNICA LA PALABRA QUE ILUMINA Y DISIPA LAS TINIEBLAS DE NUESTRO ESPÍRITU Y NUESTRO CORAZÓN”

Moldeados Por Un Abrazo

Jesús es Sacerdote y Víctima, Cordero y Pastor, Modelo y Modelador. El profeta Isaías anuncia que Yahvé es el alfarero y que hace sus vasijas con esmero; anuncia que es su Modelador: “Así dice Yahvéh, el Santo de Israel y su Modelador: ¿vais a pedirme señales acerca de mis hijos y a darme órdenes acerca de la obra de mis manos? (Is 45,11-13).

El Evangelio tiene fuerza en sí mismo para moldearnos, para eliminar nuestras naturales desconfianzas y hacernos discípulos. Pablo anuncia que la predicación del Evangelio tiene en sí la fuerza operante de Dios: “De ahí que también, por nuestra parte no cesemos de dar gracias a Dios porque, al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios que permanece operante en vosotros, los creyentes” (1Ts 2,13).

Abrazar supone entrar en comunión, hacerse uno con quien se abraza. Todo esto es lo que significa dejarse moldear. Pablo utiliza también el verbo abrazar: “Por vuestra parte, os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones” (1Ts 1,6).

San Romualdo de Rabean, fundador de la orden contemplativa de los Camaldulenses refiriéndose a la espiritualidad de la Palabra, pudo ver que en los Salmos ya estaba contenida toda la luz que brilla en el Evangelio. Eso sí, de la mano de su Maestro y Exegeta: su Señor Jesucristo.

“EL EVANGELIO TIENE FUERZA PARA MOLDEARNOS; PARA ELIMINAR NUESTRAS NATURALES DESCONFIANZAS Y HACERNOS DISCÍPULOS”

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