lunes, 16 de agosto de 2010

La Pincelada de Dios

Leonardo da Vinci tardó veinte años en pintar “La última cena” debido a que era muy exigente al buscar los modelos. Tuvo problemas en iniciar la pintura porque no encontraba al que representara a Jesús, quien debía reflejar en su rostro pureza y los más bellos sentimientos, al tiempo que debía ser varonil. Por fin encontró a un joven con esas características y fue el primero que pintó. Después fue localizando a los once apóstoles, a quienes pintó juntos, dejando pendiente a Judas Iscariote, pues no daba con el modelo adecuado, ya que debía ser una persona de edad madura y mostrar en el rostro las huellas de la traición y la avaricia, de modo que el cuadro quedó inconcluso, hasta que le hablaron de un terrible criminal que habían apresado.

Fue a verlo y era exactamente el Judas que él quería, por lo que solicitó al director de la prisión que le permitiera al reo que posara para él.

El director, que conocía al maestro Da Vinci, aceptó gustoso. Durante todo el tiempo que posó, el reo no dio muestras de emoción alguna por haber sido elegido como modelo. Al final, Da Vinci, satisfecho del resultado, llamó al reo y le mostró la obra, quien, apenas la vio, se quedó sumamente impresionando, cayó de rodillas al suelo llorando. El pintor, extrañado, le preguntó por qué se comportaba así y el reo le respondió: “Maestro Da Vinci, ¿es que acaso no me recuerda?” El pintor lo miró fijamente y le contestó: “No, nunca le había visto antes”. Llorando y pidiendo perdón a Dios, el reo le dijo: “Maestro, yo soy aquel joven que hace diecinueve años usted escogió para representar a Jesús en este mismo cuadro”

Cada uno de nosotros somos una “pincelada” divina de Dios Padre que refleja el rostro bellísimo de su Hijo. A veces el diseño original queda ajado por el pecado y cuánto le cuesta al Divino Pintor restaurar la obra de su creación, el hombre, plasmado a su imagen y semejanza.

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