sábado, 9 de octubre de 2010

Convivir con la Naturaleza…

Por Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

 

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¿En qué lugares ha habido más daños por las inundaciones recientes? ¿Dónde han acontecido más deslaves de cerros, obstrucción de caminos y carreteras? ¿En qué viviendas se han perdido más enseres domésticos? ¿A qué se deben las defunciones que lamentamos?

No se debe generalizar ni culpar a todos los pobres, pues no tuvieron otras alternativas mejores y más seguras para vivir. Sin embargo, la experiencia acumulada de años nos dice que los problemas por las lluvias se han agudizado donde se han talado más árboles, donde se construyen viviendas en lugares bajos o en terrenos que pertenecen a los ríos. Y hemos de aprender de lo que ha pasado, para que no sigamos expuestos a unos daños que pueden evitarse, o al menos disminuirse.

JUZGAR

Dios ha puesto un orden en la naturaleza. Los huracanes, las tormentas tropicales, las depresiones pluviales, los frentes fríos, los terremotos, las erupciones de volcanes, las heladas y las nevadas, son fenómenos de equilibrio en nuestro planeta tierra. Todo tiene su razón de ser. Lo malo es que desconocemos todavía muchos de sus mecanismos, y no sabemos convivir con ellos. Si los tuviéramos en cuenta, los veríamos hasta necesarios. Si no hay huracanes, la lluvia no llega a lugares más distantes de los océanos y a los desiertos. Si no hay terremotos y erupciones, nuestra tierra sería un planeta muerto, sin movimiento, sin vida. Si no hubiera heladas y nevadas, no morirían muchos gérmenes nocivos, ni habría agua suficiente en los subsuelos. Lo malo también es que estamos influyendo para que sucedan en forma desordenada, con más daños que beneficios. Hay responsabilidad común por no saber vivir en lugares y condiciones que tomen en cuenta esos fenómenos; por no cuidar ni respetar la naturaleza; por el despilfarro de energía y por el exceso de contaminación, sobre todo de los países más ricos.

Dice el Papa Benedicto XVI en su Mensaje del 1 de enero de 2010: "El ser humano se ha dejado dominar por el egoísmo, perdiendo el sentido del mandato de Dios, y en su relación con la creación se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un dominio absoluto. Pero el verdadero sentido del mandato original de Dios, perfectamente claro en el Libro del Génesis, no consistía en una simple concesión de autoridad, sino más bien en una llamada a la responsabilidad. Por lo demás, la sabiduría de los antiguos reconocía que la naturaleza no está a nuestra disposición como si fuera un montón de desechos esparcidos al azar, mientras que la Revelación bíblica nos ha hecho comprender que la naturaleza es un don del Creador, el cual ha inscrito en ella su orden intrínseco para que el hombre pueda descubrir en él las orientaciones necesarias para «cultivarla y guardarla» (Gn 2,15). Todo lo que existe pertenece a Dios, que lo ha confiado a los hombres, pero no para que dispongan arbitrariamente de ello. Por el contrario, cuando el hombre, en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios, lo suplanta, termina provocando la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él. Así, pues, el hombre tiene el deber de ejercer un gobierno responsable sobre la creación, protegiéndola y cultivándola.

La humanidad necesita una profunda renovación. Las situaciones de crisis por las que está actualmente atravesando obligan a replantear el camino común de los hombres. Obligan, en particular, a un modo de vivir caracterizado por la sobriedad y la solidaridad".

ACTUAR

Sigamos siendo solidarios con quienes han sufrido por las inundaciones, haciéndoles llegar nuestra ayuda solidaria, y estemos preparados para las lluvias que puedan todavía sobrevenir, pues no ha terminado el ciclo de huracanes.

Hagamos campañas de sembrar árboles, o al menos cuidar los que nacen en forma natural, evitando talarlos, hacer negocios ilícitos con ellos e incendiarlos.

Evitemos construir viviendas en las cercanías de los ríos, porque éstos tarde o temprano exigen y recuperan sus derechos. Tampoco en lugares bajos, ni en montañas sin árboles, porque con mucha lluvia, se reblandecen y se derrumban, con riesgos de todo tipo.

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